Maratonear series se volvió una costumbre global. Pero detrás del placer de “ver un capítulo más”, surgen preguntas sobre los nuevos hábitos de consumo y el impacto emocional del streaming.
En la era del streaming, mirar una temporada completa en un fin de semana ya no sorprende a nadie. Plataformas como Netflix, Disney+ o Max diseñan sus catálogos para fomentar el “binge-watching”, ofreciendo estrenos completos que invitan al espectador a quedarse pegado a la pantalla durante horas.
Lo que empezó como un placer moderno —la libertad de elegir cuándo y cómo ver— se transformó en un fenómeno cultural. Ver “de corrido” series como Stranger Things, Euphoria o The Crown se convirtió en una experiencia colectiva, donde las redes sociales funcionan como espacio de debate inmediato y comunidad fan.
Sin embargo, expertos en psicología advierten que esta práctica puede generar efectos similares a los de una adicción. La dopamina que se libera al cerrar un episodio con cliffhanger impulsa al espectador a reproducir el siguiente sin pausa, alterando rutinas de sueño y concentración. “El cerebro busca la recompensa inmediata que la narrativa serial le promete”, explican especialistas.
Aun así, el binge-watching también puede ser visto como una nueva forma de ocio adaptada a los tiempos digitales. En un contexto de estrés y sobreinformación, las maratones de series ofrecen una vía de escape emocional y una manera de reconectar con historias que nos conmueven.
La pregunta sigue abierta: ¿somos consumidores libres o parte de un diseño algorítmico que nos mantiene mirando? Entre el placer y la adicción, el binge-watching revela cómo la tecnología no solo cambió lo que vemos, sino la forma en que vivimos el entretenimiento.

