Del “match” al ghosting, las apps de citas cambiaron para siempre la forma en que nos vinculamos. Pero, ¿qué tan libres somos en un sistema gobernado por algoritmos que eligen a quién vemos —y quién nos ve?
Swipe a la derecha, conversación, cita (o no). Así se resume una dinámica que millones de personas en el mundo repiten todos los días. Las apps de citas —como Tinder, Bumble o Hinge— prometieron democratizar el amor, romper barreras y conectar almas afines. Pero detrás de cada match hay algo más que química: hay un algoritmo decidiendo quién merece aparecer en tu pantalla.
Estos sistemas analizan patrones, gustos, ubicación y comportamiento dentro de la app para optimizar “tu experiencia”. En otras palabras, aprenden de vos. Cuanto más usás la aplicación, más te perfila: tus horarios, tus “likes”, tus silencios y hasta el tipo de personas que solés ignorar.
El resultado: vínculos cada vez más mediatizados por la tecnología, donde la compatibilidad parece una fórmula matemática y el deseo, un dato. Muchos usuarios reconocen sentirse atrapados en un loop de validación: el like rápido, la conversación fugaz, la búsqueda constante de algo “mejor”.
Sin embargo, las apps también abrieron puertas antes cerradas: permitieron encuentros entre personas de distintos lugares, orientaciones e intereses. Para muchos, se convirtieron en espacios de exploración y libertad emocional.
El amor, como todo en la era digital, se volvió parte del algoritmo. Y tal vez el verdadero desafío no sea escapar de él, sino aprender a usarlo sin perder lo humano en el proceso.

