Las redes sociales se convirtieron en tribunales digitales donde la opinión pública dicta sentencia. Pero ¿qué pasa cuando la cultura de la cancelación deja de ser castigo y se transforma en contenido?
En la era del algoritmo, nadie está a salvo. Lo que antes se discutía en círculos privados ahora se amplifica en segundos. La cultura de la cancelación nació como una forma de justicia social, una manera de exigir responsabilidad a figuras públicas. Sin embargo, con el tiempo, el fenómeno se volvió más complejo: mezcla morbo, poder y viralidad.
Hoy, ser “cancelado” no siempre significa desaparecer. Al contrario: en muchos casos, los algoritmos impulsan aún más el alcance de la polémica. Las marcas calculan riesgos, los influencers se reinventan y los fans se dividen entre la defensa y el repudio. Internet ya no olvida, pero sí recicla: los mismos nombres que fueron tendencia por un escándalo pueden volver al centro de la conversación con una simple disculpa o una estrategia de rebranding.
La pregunta de fondo sigue abierta: ¿la cancelación es una herramienta de cambio o solo otro espectáculo del scroll infinito? En una época donde la exposición es moneda corriente, la línea entre castigo y promoción parece cada vez más difusa.

