
El cantante suceso del momento no le teme a nada, y se enfrentó a la organización del festival por el tema de los horarios. Su actuación corta, pero impecable. ¿Castigo?
Público adolescente y en mayoría femenino con sus respectivos carteles colmó la Plaza Próspero Molina y sus inmediaciones, esperando ver al ídolo del momento.
Sorpresivamente la espera no fue larga, teniendo en cuenta el antecedente de las eternas demoras en las noches anteriores para ver al artista principal de cada luna. Lo cierto es que Pintos no dio lugar a que la organización pateara su horario, y amenazó con no tocar si no subía en el horario que estaba estipulado por contrato.
Pintos cantó temas de «Sueño dorado» y de «Abel», su último disco, y mostró una vez más porqué es el artista más convocante del momento.
Más allá de ser la noche de Abel, y de la maravillosa decisión de ponerlo en el horario estipulado, el asunto del horario en realidad, tendría un trasfondo más grueso. Varios medios, inclusive los mismos asistentes apuntan a la calidad de los grupos.
Lejos de molestarles las madrugadas, pues bien sabemos que los amaneceres en el folklore no son un problema, preocupa la calidad del show. Puesto que la extensa grilla de cada noche, no sólo carga artistas de renombre, sino además varios grupos y ballets que no están a la altura de lo previsto en Cosquín.
Aún así se trato de un show corto, muy distinto a lo visto en Jesús María por parte de Abel Pintos.