El conflicto por los OGM (Organismos genéticamente modificados) y las multinacionales que los desarrollan, está tomando notoriedad creciente. Sin embargo existen argumentos divergentes y muy polarizados respecto al tema en cuestión. Mientras tanto, las suspicacias crecen y junto con ellas los argumentos falsos corren a la orden del día, incrementados por la paranoia y la falta de información de fuentes fidedignas.
Por un lado se sospecha su inocuidad referida a la alimentación humana y los posibles efectos que los cultivos transgénicos acarrean al ambiente. Por otro lado las empresas que los desarrollan, están envueltas en conflictos y controversias. Este es el caso particular de Monsanto que está en el tapete de la «fobia social». A la multinacional se le hace acusaciones graves, que en muchos casos pueden ser ciertas pero en otros hay exageraciones irresponsables, fruto de una paranoia creciente, nacida de la falta de información veraz y responsable.
La polémica es importante, y el tema de fondo NO es para tratarlo con liviandad. Está en juego nada más y nada menos que la salud del ser humano, la preservación del ambiente, como también de las empresas que viven y dan trabajo a miles de familias y millones de dólares que giran alrededor de unas pocas empresas por las que convergen los principales insumos y agroquímicos demandados por la Siembra Directa (SD).
¿Están dadas las condiciones para un debate social y científico a fondo que arroje puntos esclarecedores y no mayor incertidumbre?
Evidentemente No. Es muy fácil advertir que las aguas están divididas en dos masas opuestas y bien polarizadas en el cual domina un clima de intolerancia recíproca. No hay lugar alguno para la mesura, el análisis, mediaciones, treguas y mucho menos para puntos en común. De ésta forma no hay espacio para un debate social profundo, exhaustivo y esclarecedor. Por el contrario, lo que abunda en las caras opuestas del conflicto, son: arbitrariedades argumentales, falacias, agravios personales y corporativos. También son comunes los hechos de prepotencia, demagogia, hipocresía y sobre todo mucha tribuna política y oportunista. El aspecto mas damnificado y calumniado en esta contienda antagónica, es la verdad.
Para darle fundamento al contundente y afirmativo párrafo anterior, es suficiente, analizar como se dan los comportamientos de un lado y del otro del escenario polémico.
Una sola realidad y dos bandos con fobia recíproca
En una de las caras de la moneda se advierte, una creciente «reacción alérgica social anti-corporativa» que se ha viralizado de forma espectacular. Este descontento generalizado ha sido impulsado y apoyad0 por organizaciones ambientalistas y sindicales de los más diversos orígenes. Las redes sociales (Internet) han contribuido sobremanera convocando y sumando adeptos a la indignación.
Sea cual fuere la entidad o forma que los convoca, quienes pertenecen al grupo anti-multinacionales, aducen que «el sistema se ha cansado de negar y soslayar, sus legítimos reclamos, y que agotada la instancia de denuncia por vía formal, se deben activar otros medios más eficaces para hacer que sus quejas sean escuchadas y atendidas. De esta forma surge la participación por el método de la asamblea y la rebelión. Obviamente que estos grupos exacerbados y aglutinados ya no dan lugar alguno para un debate mediador y componedor, en el que se puedan establecer algunos parámetros objetivos. Están en estado de irritación e intransigencia absoluta. Se ha llegado a una etapa en el conflicto en donde la única salida es imponer la verdad por la fuerza, el escarmiento, la intimidación y a través de la convocatoria a la aglutinación de masas sociales diversas.
El fiel reflejo y ejemplo de esta crispación, son los hechos constatados recientemente, que son de público conocimiento. con pancartas y frases contundentes acusando a la compañía Monsanto de prácticas inescrupulosas, asesinas, contaminando al medio ambiente y atentando contra la salud del ser humano. Existen varios episodios tanto en nuestro país, como en otros de la comunidad económica europea, y EE UU, en la que se describen protestas masivas y denuncias similares, que sería muy arduo citarlas. Lo antedicho no invalida su legítima existencia.
Es evidente una creciente y manifiesta resistencia social, no solo en contra de Monsanto sino de otros integrantes del sistema corporativo que monopolizan a los mercados internacionales. Muchas de estas expresiones populares son verdaderas rebeliones subidas de tono y con claras señales de violencia, que a su vez están agitadas por los argumentos que la multinacionales exponen para defender su postura antagónica.
En la tribuna opositora…
En el lado opuesto, es decir en la otra cara de la moneda, se encuentran los supuestos «damnificados por la denuncia». Entre estos hay voceros independientes y empresarios que con contundente voz afirman que las empresas que producen cultivos transgénicos, biotecnología y agroquímicos (es decir productos en litigio y cuestionados), están siendo víctima de una campaña de demonización totalmente infundada e injusta. También alegan la falta de rigor científico de las denuncias, y desmienten de manera categórica cuanto fundamento exista en contra de la inocuidad sus productos de vanguardia.
Este sector conformado por las multinacionales más polémicas, exhiben a través de sus ampulosos aparatos propagandísticos, publicitarios y masivos, que ellas han sido y son las que han propiciado mayores beneficios económicos y productivos a los países. Entre los que defienden los avances tecnológicos impuestos por las multinacionales agrícolas, solo se escuchan voces de halago, redención y devoción por todos y cada uno de los productos que sus empresas desarrollan y venden. Para los sectores más beneficiados (ya sea de manera directa o indirecta) por las multinacionales agrícolas, no hay adjetivos peyorativos para los productos que éstas comercializan, sino todo lo contrario: exponen con contundente vehemencia, que estos insumos agrícolas son «la vanguardia, y la panacea «. Fuera de ellos solo existe el retroceso económico el hambre y la generación de pobreza.
Frases y argumentos similares son repetidos y suscrpit0s (a modo de ovejas domesticadas por el circuito cotidiano y productivo dominante), por millones de productores agropecuarios que componen el sector de clientes que demandan y dependen directamente de dichas empresas. Mucho de éstos adoptaron hace más de 20 años a la siembra directa (la mayor tecnología revolucionaria en Argentina) y no están dispuestos a desprenderse de ella por causa de las «teorías conspirativas infundadas» que se promueven en los sectores ecologistas.
Sin embargo y de forma contradictoria, es muy común la hipocresía en la que se manifiestan diversos actores de la producción agrícola. Por un lado se quejan en charlas informales (sobremesas familiares o grupos de amigos), de que, cada vez más, dependen de los insumos (semillas y agroquímicos), y se sienten «compungidos por la contaminación de medio ambiente». Pero luego pasan a abultar la demanda de los principales insumos y agroquímicos aportados por las principales firmas multinacionales.
Tanto para éstos productores individuales, vendedores intermediarios, como para representantes y dirigentes de las multinacionales, la palabra agroecología o términos similares, son utopías ideológicas y retrógradas. Y propinarán los motes peyorativos más categóricos a quienes de forma individual u orgánica, promulguen dichas prácticas y/o teorías ambientalistas-ecológicas.
Conclusión
En definitiva, y resumiendo un poco la compleja realidad dominante; no es un buen indicio, a los fines de un hipotético debate social y profundo, la existencia deliberada de éste medio hostil de antinomia. Bajo éste estado de indignación generalizada, que instala a dos grupos en puja y los ubica exactamente en antípodas, no hay terreno fértil para cultivar la mesura y el diálogo inteligente y constructivo. No se puede tratar a fondo el tema, analizar las aristas y disyuntivas que se desprenden del conflicto, ante la presencia de grupos que se «detestan» y se descalifican deliberadamente. Lo peor es que los integrantes se asumen de un lado u otro del muro, como si fuera una guerra ideológica, en lugar de pararse sobre la realidad con una postura mesurada, y desmarcándose de los motes que quieran agrupar a las personas según falsos fanatismos o teorías conspirativas de «coimas a cambio del silencio».
Otra sería la realidad si se pudiera dejar de lado la «violencia argumental» y dar paso a un debate social armónico, plural y exhaustivo poniendo en foco principal, a los puntos más relevantes del conflicto, como lo son, la inocuidad de los productos que se duda, y el impacto de los mismos en el actual circuito agrícola hegemónico.
La politización de una cuestión que debería estar enmarcada solo en esferas de salud, ecología y agronomía, no ayuda a lograr una claridad conceptual, o al menos un punto de partida para que el debate pueda darse sin «piedras en el camino».
Estos sesgos políticos, también están jugando un rol fundamental y acrecientan aún más la polaridad y el nivel de antinomia que se está generando entre las partes contractuales. Quedan ausente de protagonismo y mediación, las principales instituciones y científicos que podrían aportar su virtuosismo intelectual y conocimientos que ayudarían a disminuir la brecha de crispación y sobre todo a esclarecer, que parámetros de la denuncia popular son genuinos y cuales son solo fruto de una paranoia falaz y propiciada por falsas alarmas ambientalistas.
Cambiar violencia por diálogo constructivo es la clave…
Seguramente mucho se podrá escuchar y decir desde ahora en adelante referido al tema de los alimentos transgénicos y al modelo de agricultura que demanda la sociedad.
Desde éste medio de comunicación, desarrollamos puntos que podrían ser tenidos en cuenta a modo de propuestas concretas, en pos de generar un clima, en dónde los actores sociales involucrados puedan convivir y desarrollar los debates para resolver la cuestión fuera de los métodos violentos y crispados a los que estamos tristemente acostumbrados.
Propuestas:
-Establecer reglas de juego que sean equitativas, en dónde puedan coexistir con igualdad de oportunidades sectores privados (empresas agropecuarias de menores recursos) con las multinacionales. El Estado debe comprometerse de manera activa y contundente para atenuar esas asimetrías. Exigiendo al poder Judicial que se controlen, fiscalicen y respeten las normas vigentes, aplicando las sanciones correspondientes sin ningún miramiento ni privilegio por la embestidura política o gerencial que pueda tener él o los implicados.
-Actualizar constantemente las disposiciones referidas a permisos y aplicaciones de productos fitosanitarios.
-Promover la educación obligatoria, referida a la agricultura, sus diversas modalidades, la producción de alimentos y todas las áreas relacionadas al agro, en los 3 estratos (educación primaria, secundaria y terciaria). No debería haber una sola persona de nacionalidad argentina que habiendo transcurrido alguna de esas instancias, tenga conceptos superfluos u erráticos acerca de: Siembra directa, cultivos tradicionales, transgénicos, pesticidas. Como tampoco deberían ignorar las materias primas básicas con las que se hacen los alimentos, los lugares de origen y producción de las mismas. No es posible desarrollar debates sociales intensos y productivos acerca de la agricultura que deseamos, si antes se desconocen éstos conceptos básicos.
-Promover la autonomía y la independencia de las comunidades científicas, haciendo que sus investigaciones tengan divulgación obligatoria y estén en igualdad de oportunidad para darle difusión a sus logros y documentos, con respecto a otros órganos mediáticos y publicitarios del sector público y privado.
Propender a discusiones y análisis entre personas con conocimientos calificados, y que sean lo más plural posibles. Favorecer los debates en las universidades, en las escuelas, en los medios de comunicación sobre los temas más relevantes que puedan generar controversia y sospechas. Dar sustento a los mismos con documentos y datos serios.
Exigir en las Universidades en donde se dicte la carrera de Agronomía y afines, que exista pluralismo de visiones respecto a las prácticas agropecuarias y que éstas tengan igual oportunidad de incluir la paleta de conocimientos del estudiante. Es decir con cargas curriculares de horarios similares.
-No tomar posturas determinadas, hasta no haber escuchado, leído o recibido la suficiente información fidedigna al respecto. Y aún así someter constantemente a duda, los pre-conceptos relacionados a temas de conflicto agroecológicos.
-El Estado debe promover la diversidad de cultivos, y prácticas agropecuarias en general, procurando equilibrar las asimetrías productivo- económicas existentes que favorecen al monocultivo y a determinados grupos económicos en detrimento de comunidades rurales relegadas.
Nadie debiera arrogarse tener la verdad absoluta sobre los agroquímicos. Las moléculas que los componen son sustancias de difícil manipulación control y estudio, y es más fácil esconder la información sobre ellas que explicitarlas de manera contundente y veraz. Por lo tanto el ciudadano común debe tener acceso a pedir información, sospechar e incluso exigir que una denuncia referida a una irregularidad con respecto al mal uso o a la aplicación de un pesticida determinado, no caiga en saco roto y no sea desestimada por las autoridades competentes que regulan dichas normativas.
-Los intereses económicos de las empresas deben estar en un plano inferior a cualquier riesgo, por mínimo que éste sea, sobre la salud del ser humano.
-Unificar los criterios en todo el país de las normativas provinciales, que regulan, el almacenamiento, traslado, uso y desecho de los productos fitosanitarios, como también de los equipos aplicadores, tanto aéreos como terrestres. Exigir por ley, la capacitación y actualización constante de los principales criterios relacionados a la seguridad, inocuidad, primeros auxilios, de todos los actores involucrados en la aplicación de pesticidas.
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Conformar una institución exclusiva (a nivel nacional) que se dedique a la fiscalización, control y ejecución de acciones específicas para asegurar al resto de la sociedad que los productos fitosanitarios que se usan en el sector agroalimentario se haga como corresponde y como lo indica la ley. Como también aplicar sanciones ejemplares a los profesionales, productores, y/o cualquier persona física o jurídica que viole, u omita las normas sanitarias vigentes.
Dar publicidad repetitiva y abundante de las buenas prácticas agronómicas y de las empresas y personas que cumplen con un uso responsable de los agroquímicos.
Hay mucho por discutir y hacer para que éste clima de discrepancia irracional tome un cause mas amigable, cordial y en dónde se pueda arrojar un gramo de luz. La verdad y la realidad es una sola, y las miradas son muy diversas. Si dejan de ser polares y antinómicas, hay esperanza…