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sábado 20 abril 2024

¿Por qué ganó Trump?

Editorial¿Por qué ganó Trump?

Los perdedores no fueron los encuestadores ni el método científico. Los derrotados fueron los medios de comunicación que actuaron como operadores políticos –escondidos bajo capuchas de pluralismo– y que fueron sorteados por Donald Trump mediante el uso eficiente de las redes sociales.

Una docena de meses atrás pocos se animaban a decir en público que el multimillonario empresario de bienes raíces –un auténtico forastero de la política– sería el sucesor de Barack Obama. Lo cierto es que Trump ganó las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Le ganó a Hillary Clinton pero principalmente a la mayoría de los medios de comunicación y al círculo rojo norteamericanos que anunciaban, sin vacilar y sin anestesia, su fracaso electoral. En lo que atañe al rigor científico de las encuestas, casi todas hablaban de una diferencia de entre uno y dos puntos. Esto evidencia que el pronóstico fue atinado.

Los Angeles Times, por ejemplo, durante los quince días finales dijo que ganaría Trump. Las encuestas no fallaron, los que quedaron al descubierto son los operadores políticos que escondidos bajo capuchas de pluralismo (que disimulaban sus intereses), dibujaban ilusiones y cortinas de humo que se derrumbaron estrepitosamente como las torres gemelas, cuando se conoció el resultado de la contienda electoral. Vale recordar que varios republicanos no quisieron acompañar al altanero Trump en su campaña, manipulados por el bombardeo mediático y/o por el supuesto rechazo que les provocaban sus propuestas discriminatorias, retrógradas y políticamente incorrectas (que muchas personas del mundo desean hoy que no cumpla cuando asuma la presidencia). Algunos republicanos no advirtieron – o quizás prefirieron olvidar para evitar hacer un mea culpa– que al 70% de los estadounidenses no le interesa la política.

El reciente resultado del plebiscito en Colombia, el Brexit del Reino Unido y el triunfo de Trump invitan a reflexionar sobre el comportamiento electoral y sobre la política moderna. La aldea global generada por una confusa conectividad mundial que no respeta fronteras nacionales y las características del posmodernismo, contribuyen a entender –un poco solamente– sobre este escenario versátil devenido en un complejo laberinto. Pareciera que este mundo tan globalizado como paradójico, experimenta el despertar de la defensa del interés nacional, el resurgir de nacionalismos y la pérdida de vergüenza de la xenofobia que se mantuvo hablando en voz baja varios años. La no aceptación de la universalización de valores occidentales por parte del mundo islámico –anunciado por Samuel Hungtinton en su obra “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial”–, la proliferación de la globalización de la violencia informal (así define al terrorismo, el politólogo Robert Keohane), el derrumbe de la fantasía del progreso económico para todos los habitantes del planeta que prometía el proceso de integración global; los desencantos masivos de la sociedad civil; las guerras por los recursos estratégicos presentes y futuras, los nuevos desafíos y demandas sociales y el modo repudiable como se adoptan las decisiones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; son sólo algunas piezas de este rompecabezas enmarañado que asusta. Millones de personas, en todo el globo, lanzaron botellas al mar pidiendo gramos de dignidad y anhelando recibir dosis de humanidad. Lamentablemente, es probable que esas botellas naufraguen –una vez más– o lleguen a manos de políticos que elegirán devolverlas al agua salada o simplemente mirar para otro lado. Ante estos desencantos, la apatía de la sociedad por la política se agudiza y se genera el vacío ideal para construir una nueva fantasía colectiva que invite a soñar que los seres sobrenaturales que nos salvarán de todos los males, existen, pero que residen fuera del mundo político. Este espacio fue bien aprovechado por Trump y su equipo. La apatía por la política, esto es, la percepción social que considera que la política y los políticos son incapaces de resolver los problemas de la gente, fue bien capitalizada por Trump y su equipo. No obstante, los ámbitos académicos basados en el “deber ser”, dan por sentado que la formación, coherencia, racionalidad, mesura y sensatez de los líderes políticos, son al menos, características deseables para la toma de decisión, ya que sus efectos afectarán a millones de personas.

Pero entonces, ¿por qué ganó una persona como Trump?

Una variable importante tiene que ver con las peculiaridades del sistema electoral de los Estados Unidos: voto indirecto y no obligatorio y un número diferente de electores en cada Estado dependiendo la cantidad de habitantes. A esto se agrega que el candidato que gana en un Estado, aún cuando sea por un voto –salvo en dos Estados que son excepciones a la regla– se queda con todos los electores en juego. La mayoría de electores para consagrar al presidente, se logra con 270 votos. Otro factor fue el empleo eficiente de herramientas de marketing político moderno. Esto le permitió sortear la difusión masiva, por parte de los medios de comunicación, de sus declaraciones xenófobas, sexistas, racistas y sus prácticas empresariales poco transparentes. Algunos desesperados por justificar el cimbronazo electoral para los medios de comunicación, señalaron al FBI como responsable de cambiar la tendencia, con la denuncia sobre el manejo irregular de los correos de Hillary Clinton. Esta opinión carece de sustento empírico.

El ciudadano promedio no decide su voto con un criterio exclusivamente ético. Si esto fuera así, Trump no habría ganado, habida cuenta de la catarata de información negativa sobre su persona que recorría el territorio estadounidense y el ciberespacio. Un ejemplo de que el voto no guarda una relación estricta con el análisis ético, es el famoso eslogan “Ademar rouba mas faz» (Adhemar roba pero hace»), con el que recuerdan en Brasil, al político Ademar Pereira de Barros, que justificaba la corrupción como una condición necesaria para hacer obras en su país. Este hombre fue elegido dos veces gobernador del Estado de São Paulo (en 1963 y 1974), una vez alcalde de la ciudad de São Paulo (en 1957) y fue candidato a la presidencia de Brasil en 1955 y en 1960, resultando en tercer y cuarto lugar, respectivamente. Es probable que si la contienda electoral en los Estados Unidos se hubiese suscitado un par de décadas atrás, cuando no existían los medios alternativos, las posibilidades de un candidato exótico como Trump, habrían sido prácticamente nulas. Un dato para nada desdeñable es que Hillary Clinton recibió el respaldo de los 360 diarios y semanarios más importantes de los Estados Unidos, mientras que Trump sólo recibió el respaldo de 13. Varias revistas exhibían en su portada una frase contundente: “No vote por Trump”. ¿Cómo pudo el equipo de campaña de Trump, contrarrestar el posicionamiento de Hillary y la campaña negativa en su contra? Algunas de las armas claves que permitieron el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, fueron: el estudio de las demandas sociales prioritarias en cada Estado, el desarrollo de propuestas concretas en base lo detectado y la efectiva comunicación política. El marketing Político se basa en tres pilares: estrategia política, estrategia de comunicación y estrategia publicitaria. Trump cumplió con las fases y logró su objetivo de máxima. El equipo de campaña descubrió que la demanda social principal en distritos electorales claves, como Florida y Ohio, eran (¿son?): “generación de empleo y protección de de la mano de obra local”. Trump anunció con vehemencia que les devolverá a los Estados Unidos, los empleos que los chinos y los mexicanos les robaron. Esto pegó más fuerte en el electorado, que el pluralismo verbal de Clinton.

El candidato republicano se impuso a la demócrata igualmente en Pensilvania, Estado elegido por Clinton para dar su gran cierre de campaña con todo el respaldo del presidente Barack Obama, la primera dama Michelle Obama y su marido, el expresidente Bill Clinton. Desde que George Bush (padre) lo hizo en 1988, ningún candidato presidencial republicano había logrado una victoria en ese Estado, parte del cinturón siderúrgico y minero del este de Estados Unidos y que Trump logró seducir con promesas de vuelta al pasado de prosperidad. Un párrafo aparte merece el manejo de las redes sociales. Esto permitió democratizar la imagen de Trump como un guardián de la soberanía nacional, con la capacidad y experiencia necesarias para devolverles a los estadounidenses, los empleos que les quitaron otros países, aprovechándose de la supuesta debilidad de políticos que ocuparon la Casa Blanca. La verificación empírica de lo expresado se desprende de una interesante investigación publicada en Revistaanfibia.com, el 4 de noviembre previo a la batalla electoral. La Fan Page de Trump tenía 11,9 millones de “me gusta” y su cuenta de Twitter 12,9 millones de seguidores, mientras que Clinton tuvo 7,8 “me gusta” en Facebook y 10,1 millones en Twitter. En otras palabras, Clinton tenía 53% menos “me gusta” en Facebook y 27% menos seguidores en Twitter. Quizás los números se muestren más grandes que lo real, pero eso aplica para los dos candidatos. En el tramo final de la campaña, cuando Trump posteó en su Fan Page, sobre un acto de campaña, consiguió 92 mil “me gusta” en 14 horas, 40 mil “me encanta”, sus seguidores lo compartieron 29.782 veces, y vieron el video 2.100.000 personas. Si comparamos estos números con un post subido 12 horas antes, en la Fan Page de Hillary Clinton, con un acto de campaña similar, obtuvo 14 mil “me gusta”, 1.300 “me encanta”, lo compartieron 1.965 veces, y lo vieron 218 mil veces. Esta diferencia en la actitud de los cibernautas fue constante en los últimos meses de la campaña. En Twitter, el comportamiento fue similar. Ambos equipo de campaña detectaron, mediante investigaciones cuantitativas y cualitativas, las características que debía reunir el “candidato ideal” que los estadounidenses deseaban.

Con un discurso nacionalista, proteccionista, xenófobo y populista, Trump logró conquistar el voto de la clase media, obrera y rural estadounidense e incrementar la frustración de ese sector contra los políticos tradicionales de Washington, que representaba Hillary Clinton. Indiscutiblemente, aunque me pese y que el mundo esté estupefacto y repleto de interrogantes y miedos por la victoria de Trump, lo cierto es que el altivo showman multimillonario logró leer mejor las luces y sombras del sistema político estadounidense y parecerse más al presidente que los votantes anhelaban. El resultado de la elección es la evidencia empírica ante la cual hay que rendirse. Es atinado evocar una frase de Winston Churchill: «un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y que no quiere cambiar de tema». Recemos para que Trump sea capaz de modificar, a tiempo, su concepción arcaica y sectaria del mundo y que los frenos institucionales estadounidenses funcionen y eviten exabruptos políticos irreparables. Por el bien de la humanidad..

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